LA REPUBLICA Domingo, 30 de junio de 2013
Un grupo de instituciones lleva adelante este año un proyecto para reducir las enfermedades y la mortalidad causada por el frío en las zonas altoandinas. Se trata de mantener el calor en las viviendas a través de tecnología simple y no muy costosa. Esta semana se hizo entrega de sesenta de estas casas en tres comunidades del distrito de Macusani, en Carabaya, Puno, uno de los lugares más fríos del país.
Texto: Raúl Mendoza. Fotografía: Paola Paredes.Van a ser las seis de la mañana en la comunidad de Tantamaco y la temperatura está a diez grados bajo cero. En la casa de la señora Clara Quispe, el agua almacenada en un bidón del corral ha amanecido congelada. Ella vive aquí con su esposo y sus cinco hijos. Todos los años ellos sufrían el rigor del friaje altiplánico, pero este año será diferente: son beneficiarios del proyecto Casitas Calientes. Y ahora, aunque afuera todo está helado, el interior de su vivienda se siente tibio.
Hace unos días, cuando llegamos hasta el lugar, el frío prácticamente nos paralizó en medio de la calle. Pero cuando entramos a su casa sentimos el cambio. La señora Clara es beneficiaria del proyecto porque todos sus hijos son menores de 10 años. A pesar de que ya tiene una casa caliente desde mayo pasado, la baja temperatura todavía causa estragos en su familia: todos sus niños, a excepción del último de 5 meses, tienen una tos persistente. “Si no fuera por la casa estarían peor. Ha sido de gran ayuda”, dice.La posta médica está a una hora del lugar y ella los lleva cuando puede. A veces las labores del campo le quitan el tiempo que necesita para atenderlos. Junto a su esposo Roger producen papa y chuño y viven de su consumo. El día que la visitamos, su esposo se había ido a la chacra a las 5 de la mañana. Al volver, Roger nos dijo que por fin se estaban acordando de comunidades tan alejadas como la suya. “Aquí el frío afecta hasta a los adultos”, explica.
Cuando le preguntamos a José Antonio, de 10 años, si hace frío, responde: “Más o menos”. Una de sus hermanitas, Lisbet, de 9, dice que “un poquito”. Esa es una constante en la zona. Los niños le prestan poca importancia al frío, hasta que se enferman. Incluso esa misma mañana nos acompañaron a un riachuelo cercano para mostrarnos cómo algunas partes estaban congeladas. Cogían el hielo con las manos y se lo pasaban entre ellos. Otro beneficiario de una casa caliente en Tantamaco ha sido el señor Julián Mamani, de 66 años, que vive con su esposa y cría a sus seis nietos huérfanos. “Me empadronaron como beneficiario porque soy anciano y tengo niños que cuidar”, explica. Don Julián sabe de la importancia de un hogar abrigado: tres de sus diez hijos murieron de frío hace ya muchos años. “Yo llevo esa tristeza conmigo. No quiero que eso pase con mis nietos”, comenta. Los niños corretean por ahí, sin medias y en ojotas, desafiando al clima. Ha salido el sol y empieza a calentar, pero sigue soplando un viento gélido.
Las viviendas de estas dos familias de Tantamaco fueron modificadas para ser casas calientes. El principal cambio fue construir un muro –llamado trombe– en una de las paredes del dormitorio. Siempre se hace ahí, para que –en la noche– caliente la zona donde la gente duerme. Consiste en una cimentación de piedra y un muro de barro que son pintados de negro para que absorban el calor. Sobre esto se pone una armazón de madera inclinada, forrada con una película plástica con conexión al interior de la casa mediante unos tubos en la parte superior e inferior de la pared. Así se capta el calor del sol, se logra un efecto invernadero y el aire caliente ingresa a la casa por los agujeros, aumentando la temperatura interior.Los responsables del proyecto no solo ponen el muro trombe, sino que también sellan el techo y les hacen una cocina mejorada a todos los beneficiarios. Todas las casas calientes son reconocibles porque parecen tener una ventana grandota en ángulo de 45 grados en uno de sus lados; y una chimenea en el techo, que es el escape del humo de las cocinas mejoradas. “El humo ya no hace daño a los pulmones, como antes”, dice don Julián Mamani.
UN PROYECTO SOLIDARIO
La persona que recibió la primera casita caliente del proyecto fue Simón Alca, anciano de 72 años que vive en la comunidad de Ccanacancha, a 4.700 metros sobre el nivel del mar. Él vive solo y a diario camina tres horas para pastar sus alpacas. Desde su casa se ve, cerquita, la hermosa cima nevada del Chichicapac, uno de los apus de esta zona. Al atardecer el cielo toma colores naranjas y violáceos en lo que es un crepúsculo espectacular. Pero él no puede disfrutarlo mucho porque a esa hora la temperatura también empieza a descender a bajo cero.
“¿La casita caliente ha mejorado la temperatura en la casa?”, pregunto. “Arí”, dice en quechua. Después, ya con ayuda de otro quechuahablante, explica que cuando hay sol radiante calienta más, así que cuando no hay sol la temperatura varía. Por las tardes prende bosta de vaca en su patio para calentarse las manos mientras observa el paisaje.
En Ccanacancha, en mayo, se construyeron cinco casas piloto. “A partir de ahí se desarrolló el expediente técnico que le entregamos a la municipalidad de Carabaya para que replique la experiencia. Ahora ese expediente lo puede solicitar cualquier municipalidad del país”, explica Salvador Herencia, presidente de la Asociación Salgalú para el Desarrollo, que se encargó de conseguir los fondos para las primeras 60 casas calientes.
Cada casa caliente puede costar unos 4.500 soles y se hace con materiales que se pueden encontrar fácilmente en las zonas a intervenir: piedras, barro, madera, plástico, jebe, yeso. “Una vez que se instala el muro trombe, la diferencia entre la temperatura interior y la exterior puede ser de 10 grados. Eso es buenísimo para las personas beneficiadas”, explica Oswaldo Sáenz, ingeniero civil residente de la PUCP. En las zonas en las que ha trabajado las temperaturas pueden bajar hasta 15 grados bajo cero.
¿Cómo nació el proyecto de las casitas calientes? Año tras año, unos 400 niños mueren en el Perú por causas relacionadas con el friaje. Por esa razón la Asociación Salgalú, el Grupo Impulsor de Inversión en la Infancia y la Pontificia Universidad Católica del Perú (a través de Innovapucp) confluyeron hace un año en la decisión de plantear una solución seria y duradera al tema. La PUCP estuvo investigando la técnica del muro trombe adaptándola a nuestra realidad. Es una tecnología usada hace más de 50 años en los países nórdicos y que aquí nunca se tomó en serio.
“Es un proyecto solidario el que hemos iniciado. En el Perú los niños se mueren de frío, pero sobre todo se mueren por omisión o indolencia de las autoridades. Ojalá que ahora el gobierno se interese en esta tecnología y la convierta en una política pública”, dice Salvador Herencia.
El último viernes, el alcalde de Carabaya, Ronald Gutiérrez, hizo la entrega oficial de las 60 casas construidas hasta el momento con donaciones privadas y él se ha comprometido a construir sesenta más este año. Los beneficiarios fueron familias en extrema pobreza de Tantamaco, Ccanacancha y Pacaje. En estas zonas la mayoría de familias se dedica a la crianza de alpacas y al cultivo de papas nativas. El ingreso mensual está calculado en 20 soles, son poblaciones muy pobres. “Nuestra meta es llegar a 360 casas calientes este año, aunque sabemos que el problema afecta a miles de familias”, dice el alcalde Gutiérrez, abrigado con poncho, chalina y sombrero.
UN GRAVE PROBLEMA
En la comunidad de Pacaje, la señora María Anaiche hace secar varias arrobas de chuño en un canchón al costado de su casa. Es cerca del mediodía y el frío es moderado. Ella tiene seis hijos, pero los cuatro mayores se han ido con su papá a la chacra. Con ella están esta mañana Luz Leidi, de 7 años, y Yandel, de 12. Le ayudan en las labores domésticas y también a escoger el chuño. Le preguntamos si la casita caliente le da más calor a su dormitorio. “Sí”, contesta, y agrega que será bueno para Luz Lady porque el año pasado estuvo muy mal y este año está tosiendo otra vez.
Su hija, ajena a nuestra conversación, corretea con su hermano y a ratos se mete a la casa y nos mira a escondidas. Tiene los cachetes colorados y quemados por el frío. Cuando se agita, una tos seca, como si hace mucho tiempo estuviera instalada en su interior, le sale de la garganta.
El drama de las enfermedades respiratorias agudas en esta zona es grave y cíclico. El alcalde de Carabaya nos cuenta que para agosto –la época más fría del año– la temperatura en algunas zonas podría descender a 18 o 20 grados bajo cero. “En la región Puno este año se han reportado once fallecidos en niños de 0 a 6 años y 4 adultos. De esa cifra, 6 niños y 3 adultos fallecieron en las comunidades de Carabaya”, explica la autoridad edil. Los números, respecto al friaje, son muy tristes: el 2012, las bajas temperaturas produjeron la muerte de 367 niños, 57 de ellos en Puno. “Se debe instituir una política nacional para tratar este tema”, dice.
Otro beneficiario en Pacaje ha sido Celestino Vilca, de 50 años, que vive con su esposa, su hija, su nieta y dos
sobrinos menores de edad. Él dice que, además del muro trombe que calienta el dormitorio, está contento por la instalación de una cocina mejorada en su casa. “Está hecha de barro con tres hornillas y el humo se va afuera porque tiene una chimenea. Antes sufríamos de los ojos, la garganta, los pulmones porque la leña hacía mucho humo y no tenía salida. Hasta la ropa olía fuerte. Pero ahora es distinto”, cuenta Celestino.
sobrinos menores de edad. Él dice que, además del muro trombe que calienta el dormitorio, está contento por la instalación de una cocina mejorada en su casa. “Está hecha de barro con tres hornillas y el humo se va afuera porque tiene una chimenea. Antes sufríamos de los ojos, la garganta, los pulmones porque la leña hacía mucho humo y no tenía salida. Hasta la ropa olía fuerte. Pero ahora es distinto”, cuenta Celestino.
Sus dos sobrinos están sentados cerca de la puerta. Tienen puestas chompas con polos debajo y llevan ojotas sin medias. “¿La casa está más caliente ahora?”, les preguntamos.
Con timidez uno de ellos, Kevin Roni, de 8 años, dice que un poquito más. “¿Cuando hace frío cómo te abrigas?”, le decimos. “Me pongo mi casaca”, me dice. “Y no te pones medias”, le digo. “No, no tengo”, me dice medio avergonzado. El problema es de frío, pero también de pobreza.
Hasta ahora los beneficiarios de las casitas calientes han sido las familias que tienen niños menores de edad y personas de la tercera edad. Pero también se va a ampliar a los Pronoei, para que los niños más chicos reciban clases a temperaturas adecuadas. El último viernes un grupo de enfermeras le pidió al alcalde de Carabaya que los centros de salud de las comunidades altoandinas también tengan esta tecnología simple y poco costosa, porque las madres que dan a luz y los niños recién nacidos necesitan mejores condiciones.
“Ya está el conocimiento técnico y el gobierno tiene los recursos, solo falta la voluntad política. ¿Por qué no replica esta experiencia?”, dice Salvador Herencia, de la Asociación Salgalú. Como se ve, este es un proyecto con harto potencial, y que apenas arranca. Todavía hay muchísimo que hacer para mejorar la calidad de vida de quienes están atados a la más absoluta pobreza.
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